Brutales maravillas

-¿Quieres una taza de té? Me dijo mientras le temblaban los ojos aturdidos en un eléctrico impás donde los segundos empezaban a concebir el deceso en ese brutal país de las maravillas. 
Como flotando encima de una cielo plástico accedí a sentarme en el extremo de esa mesa que se advertía en psicodélicas formas. Parecía que un ejército de vajillas había encontrado como única solución el armarse de un fuerte para preservarse de tanta demencia.
Solo la extremidad de su mano había quedado sosegada ante la invalidación de algunos signos vitales, el cuerpo se le movía como un acordeón que disparaba movimientos retraídos y alargados. Al verlo, el aire se me llenó de líneas que lo ocupaban y se aplastaban. Eso se veía como un perfecto juego sincronizado donde el aire y ese hombre llenaban y vaciaban su forma de una manera encantadora.
-Gracias, solo una taza de té. No sé si fue para acercarme a mi abuelo, el señor Smart, a su linaje y ritual inglés o porque mi boca empezaba a sentir una sed surrealista. El agua de la lengua huía hacia mis rodillas como un río que sigue su curso.
Se acercó a mi sacudiendo sus micro movimientos como una lluvia que cae furiosa contra el suelo. Me sentí algo incómoda, molesta, insegura. Sin abstraer las palabras, de una espontánea bocanada, le dije lo que hasta ese momento había devorado mis pensamientos -A mí no me gusta tratar con gente loca.
-Oh, eso no lo puedes evitar. Aquí todos estamos locos. Yo estoy loco. Tú estás loca.
Lo miré a los ojos que empezaban a resucitarse en una eufórica nota -¿Cómo sabes que yo estoy loca?
-Tienes que estarlo, o no habrías venido aquí.
Sin querer estaba bebiendo otra taza de té mientras me disponía a contemplar el paisaje dentro de la escasa visión que forzaba entre teteras y platos de porcelana.
El acervo de sus átomos y esa ceremonia inoportuna volvían a mí como una cinta de película que finalizó un relato -¿Quién eres tú? me preguntó sin perderle el rastro a la pelusa que se había depositado en mi nariz.
-Ya no lo sé, señor, he cambiado tantas veces que ya no lo sé. Sé lo que es estar muerta, he sentido suficiente tristeza pero jamás creí que podía llegar a estar loca.

Algo me entraba por las orejas y me decía que debía confiar en la confusión, ya no entendía con exactitud cuál de los mundos era el real. Cuán lejos o cerca rozaba la interpretación a concebir las cosas como verdades. ¿Ese brutal país de las maravillas sería mi verdadero universo?






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