Pensamiento de una piba que se quedó sin auxilio


Camino hacia tu parada. Con las piernas enredadas como cables de tecnología detrás de un escritorio. Con cadera balcánica y un astigmatismo severo en los ojos. Padezco la amnesia de nunca saber dónde. Parece que me quedo más en los “cuándos”. La destilación de uvas en sangre confunde mi alineación. El control de momento lo perdí cuando empezó la música. Te encuentro, estabas más cerca de lo que creía. Siento que este hallazgo me vuelve virtuosa por un momento. Momento ahora retórico en un lugar gris de mi materia. El motor me habla, lo siento en los glúteos. Entro en la limerencia entre mi redención y el manejo. Intento acertar el camino con el ángulo de una vista celofánica. Me asombra la capacidad que tengo de estar en este mundo cuando no estoy en este mundo. Entro, hago un monólogo conmigo que se va como yo de mis seguridades. Juego con la idea de que alguien espíe ese momento para descubrir eso que puedo ser cuando nadie me ve. Pienso en una canción noventosa para despistarme. De nuevo, no sé cómo llegar a destino. Hay una relación tóxica entre el sentido de orientación y mi persona. Busco coordenadas en mi celular que me está pidiendo su inmolación pero elijo seguir deprimiéndolo con su excesivo uso. Tortura. De nuevo mi ignorancia. Gracias por ser tan constante. Escucho un ruido, latoso, pesado, constante, debajo de mí. Es mi cubierta, estoy en llanta. Busco mi auxilio, no tengo. Soy un caos. Repaso esa teoría motivacional que me hace creer que estoy incapacita a tener una planta que viva. Dejo el auto por ahí. Soy rescatada. Agradezco mi simpatía. Me ha llevado lejos. Pienso en contarle a mi psicóloga que voy aprendiendo a pedir ayuda. Eso me hace sentir de trece años pero de vuelta y arcaica. Me acuerdo del surrealismo que me dejó un sueldo precario y pienso que mañana me salvo de ponerle nafta para ir al laburo. Ese lugar lejos, donde termina el mundo y el amanecer es violeta.

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