Querido Roque



Mar del Plata, Diciembre 1936.-


Roque:

Quiero empezar estas líneas advirtiéndole sobre la nostalgia que me produce no tener noticias suyas. Luis, en su última carta, me ha enviado un recorte donde usted aparece en el periódico local. Está riquísimo con ese traje. Veo que el negocio de la sastrería está dando sus frutos después de tanto sacrificio. Me ha tomado trabajo obtener la dirección de su negocio en Morón. El muchacho del correo ha sido de gran ayuda para eso. 
Estamos viviendo en Parque Centenario. El parque se ha vuelto un atractivo para los porteños y para los extranjeros. Si lo viera, se sorprendería. Es una maravilla.
Es de mi consideración avisarle que estoy en Mar del Plata, en la casa de la buena señora de Sápere. Estoy segura de que le suena el apellido, la barbería del barrio se llamaba así. 
El calor atroz de Buenos Aires es tan abrumador, húmedo y aburrido que me he marchado sin pensar. Hace un tiempo espléndido aquí después de algunos días sofocantes. Estoy con mi hermana Esther y con la caniche Panchila que me mira desde su cajita a un costado de la habitación. Panchila, esa misma, que solía ladrarle cada vez que intentaba acercarse a mi. Me sonrojo al recordarlo en el hall de mi casa mientras saboreábamos esos espumantes que Luis siempre guarda en el refrigerador. Ay Luisito querido, tiene la gentileza de enviarme algún dinerito para jugar a la ruleta, debería verme jugar en el casino. Tengo grandes cualidades para eso, se ha convertido en mi mayor pasatiempo. 
Recuerdo cuando nos presentaron por primera vez en la feria del pueblo, sonaban las coplas de Ignacio Corsini y Rosita Quiroga. Le confieso algo modesto de mi parte pero ese día sentí que sus ojos habían encontrado dueña y que no se irían jamás. Por esos entonces usted estaba soltero y no le iba bien con el negocio familiar y con Luis acabábamos de casarnos. 
Usted siempre fue muy afectuoso conmigo y no lo olvido. Jamás podría abandonar los recuerdos que hacen de esta historia algo exquisitamente robusto.
Ay Roque, mi corazón se hace salvaje al recordalo y mi cuerpo se entumece. Son tan sustanciosos mis deseos de verlo que estoy hecha una rabieta. 
Hace tanto lo quiero, Roque. Todos estos años le escribí en los silencios nocturnos y mis manos han dibujado infinidades de veces su cuerpo ausente. 
Me ruborizo al escribirle y pensarlo, estoy hecha una pícara. Me siento una quinceañera en el día de la primavera.
Le escribo porque finalmente acepto su invitación a tomar ese vermú en la confitería "Los Flamencos". 
Comprendo que esta carta anticipa un atrevimiento de mi parte pero sepa usted que estoy dispuesta a que me piense así; loca y frenética. 

Afectuosamente

  Ana María
 
 
Ilustración de Héritier

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