La mesa

Como ese papel que permanece impaciente al borde de una mesa esperando la más exigua porción de aire que le otorgue el poder de volar. De tanto en tanto se levantan brisas desde las raíces húmedas y recónditas de la tierra. Esta leve ventosa intranquiliza los vértices de esa hoja suspendida casi al grito de la esquina de una mesa. La mesa necesita del acto dramático protagonizado por aquella nervadura de la naturaleza para que nos enteremos de su existencia. Es la mesa quien intenta ocupar un personaje importante en esta historia donde todo duerme. Es de vital importancia captar la atención del lector para evitar ser un objeto pobre, insignificante e inactivo. El viento, nuevamente, llena la suma de ese espacio y ese tiempo. La hoja vuelve a padecer un extraño dramatismo que colapsa de ansiedad al tocarse con el viento. Esa corriente carece de sentido, no cree tener la voluntad de hacerla volar y convertirla en mariposa. Como siempre fantaseó. La hoja se rinde ante su efímera sustancia, sabe que la boca de la primavera sopla sin nerviosismo y va manifestando las cosas con calma y suavidad.
Una extraña fusión de naturaleza entre ángulos consigue, en pocos segundos, levantar el cuerpo de la hoja y atiborrarlo en remolinos. Sacarla a bailar y potenciar su máxima liviandad. Impulsarla eróticamente y acariciarle de los pies a la cabeza. Sucumbe en el piso. Ahora forma parte de la realidad del rango más bajo.

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