Haciendo el Amor con Dalí


El linaje paranoico  
de una locura imprecisa.
La suspensión de una ilusión
que disuelve todo mi universo
en un diente de león.
El tiempo abollado
sobre los pechos.
Mi cuerpo que se extiende en la cima
de pisos monocromáticos.
Te veo llegar a mi, a la distancia, 
con la geométrica en los pies
y la arena en las manos.
Me desnudo en triángulos
frente a la reminiscencia 
de unos ojos con brazos
que me desfiguran la piel.
Te rasgo la boca y se me caen del
alma unos rinocerontes,
detrás una galaxia de curvas perfectas.
Me abro en la ingravidez 
de una luna con piernas,
dejando entrar la totalidad de tu antimateria.
Sacándome narcisos de la lengua,
te recorro y te siento encima
con la fuerza de un puñado de elefantes, 
agudos, que nos pasan por arriba
cargando torres cónicas.
Me vampirizas con el surrealismo
que absorbe la realidad
en un papel secante.
Te haces consecuencia 
de un paisaje ecléctico.
Me masturbas toda la racionalidad
para hacerme creer en unicornios.
Hacemos sustancia de la onírica
y nos encanta jugar con eso
porque sabemos que ese amor
dura un intervalo de abstracción
que los maniquíes invisibles
no pueden sentir.
Eso nos parte los huesos,
haciendo que nuestros 
cerebros de pájaros
salgan a volar.
Me mordes el corazón
mientras una bailarina sin cara 
te arranca el oído.
Un colibrí tortura tu atención,
me dibujas en París 
mientras te vas
a plagiar algún sueño ajeno
que puedas contarle a Lorca. 

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